POR JORGE ABASOLO
SI ALGUNA lacra ha hecho daño a nuestro país en grado superlativo es la del resentimiento, primo hermano de la envidia.
Para discernir las crisis que tronchan y hasta entorpecen las democracias, los países dignos no requieren de movimientos extremos ni sindicatos que se metamorfosean en una mascarada partidista o agencia de empleos maniobradas por colectividades de izquierda.
Lo peor del resentimiento es que obnubila el pensamiento que discierne, para convertirlo en una euforia desatada;y bien sabemos que en estado de euforia el raciocinio no tiene cabida.
Y es que el odio callejero que hemos visto por estos días en Chile, en el llamado narco-estallido social se ha prolongado en demasía. No se requiere ser un cotizado sociólogo para concluir que el odio social detiene la capacidad de raciocinio. En ese lodazal, la izquierda se maneja magistralmente.
Ese desborde emocional delirante desatado el 18 de octubre del año pasado ha dejado en evidencia no solo aquello que podría analizarse como descontento reprimido, el cual encontró su válvula de escape en numerosas protestas de origen lumpérico. De allí derivamos a aquella autointoxicación psíquica a la que Max Scheller llamó “resentimiento”, ese pivote deletéreo que saca lo peor del ser humano para convertirlo en un desalmado (sin alma).
Es ese resentimiento el que activa a los vándalos a destrozar todo cuanto esté a su paso. Y subrayo esto, pues quienes protestaron las primeras veces se eximieron de seguir formando parte de una horda de seres irracionales, esos trogloditas que actúan por instinto y al que el historiador Francisco Antonio Encina denominó con certeza “desconformados cerebrales”.
El resentimiento, como fenómenos psicológico encuentra en el impulso de venganza su punto de partida. Las pulsiones se desatan y no hay como frenarlas. Es lo que le interesa al Partido Comunista y a gran parte del Frente Amplio, que siguen cegados en una lucha digna de mejor causa.
¿Qué sus líderes veraneen en la cuna del capitalismo, es decir Estados Unidos? No importa. Ellos tienen claro que la irracionalidad callejera no da paso siquiera al más mínimo esbozo de autocrítica. Hay que “explotar” esos sedimentos de rencor que anida en los narcos y anarquistas que se apropiaron de las calles. Estos “líderes” del PC y Frente Amplio pueden digitar a su entero amaño, pues los desconformados cerebrales obedecen a instintos más que a razones.
Y aunque teóricos de izquierda esgriman una epistemología de almanaque para justificar el saqueo vandálico, los luctuosos hechos suman y siguen, en desmedro de un país que se desmorona.
Basta de eufemismos. Acá, más que demandas sociales existe una vocinglería barata con argumentos folletinescos, amparados en slogans más que en ideas. Luego, mientras no comprendamos que enfrentamos más que barricadas a huestes sin destino ni propósitos definidos, desembocaremos en una especie de estrabismo de los hechos.
Mientras los millones que anhelan la paz para trabajar y la calma para convivir, se estará debilitando lo que Nietzche enunció como una “temblorosa tierra de venganza subterránea”, al referirse al resentimiento.
Lo peor es que ello podría fracturar nuestra feble democracia.